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julio 26, 2020Algo cambió en apenas tres años, en el paréntesis entre sus dos únicos discos. Frank, el primer álbum publicado en 2003, mostró una clara influencia del jazz, pero evitando cualquier estridencia, casi en voz baja, pero decidida; era la voz de una mujer de pelo largo con mirada de lobo y un rostro que podía ser atractivo o un poco extraño del norte de Londres –descubierta por el rey de los productores, Simon Fuller–, hija de un taxista y una farmacéutica que había crecido entre el hip hop, el catálogo de Motown y Frank Sinatra.
Cuando lanzó Back to black en 2006, ya había encontrado su voz, su estilo y su hombre; había escrito canciones que sonaban como clásicos en vinilo y eran al mismo tiempo absolutamente contemporáneas. Se había llenado el cuerpo de tatuajes de mujeres pin-up y el nombre de Blake, su amante, en el pecho. Usaba un peinado vintage (“beehive” o colmena) que según ella crecía o se achicaba de acuerdo a sus estados de ánimo. El delineado de los ojos estaba inspirado en Cleopatra aunque ella parecía homenajear a Ronnie Spector, la voz principal de The Ronettes.
En ese paréntesis entre sus dos discos, también experimentó con las drogas duras y compuso una canción en la que declaraba que no quería rehabilitarse, que prefería sufrir (“Rehab”). Después sí tendría que hacerlo varias veces, pero la canción ya había sido injustamente tomada –hasta la majadería– como una declaración de principios, o una advertencia.
Contraria a la tendencia de la mayoría de las figuras del pop contemporáneo, Amy Winehouse componía sus canciones, pese a la creencia de muchos que dicen que Back to black es así de bueno por la producción de Mark Ronson, un productor clave, sí ¡pero que no le escribió esas letras ni esas melodías! Esas canciones sensuales y tristes pero sin miedo, sin falsa elegancia, just like a woman. Historias de una mujer decidida y frágil, de gritos y risas y llantos; amigable, cercana, infeliz, fiestera, preocupada que declaraba en “You know I’m no good”:
“Lloré por ti sobre el piso de la cocina
Me engañé como sabía que lo haría
Te dije que soy un problema
Sabes que no soy buena”.
En su voz todo suena verdadero, quizá sincero. Expone su arrepentimiento, su fragilidad y su deseo. Ese deseo que retuerce el estómago, que es incómodo: el de una mujer que no era una seductora invencible, que cantaba sobre la desnuda verdad de una mujer maltratada, como en “Back to black”:
“No perdió tiempo, mantuvo su pene húmedo
Y yo, con la cabeza alta y las lágrimas secas, sigo adelante sin mi hombre…
Solo nos dijimos adiós con palabras
Morí cien veces
Vuelves con ella y yo vuelvo a negro”.
Con una oreja atenta a los detalles, todo Londres está en sus canciones: el pan pita, las papas fritas de la calle, la cerveza Stella, las calles, los pubs y en medio de todo eso ella misma: “La vida es una cañería y yo soy un penique rodando por sus paredes”.
EL CIELO Y EL INFIERNO
En ese mismo paréntesis aparece Blake Fielder-Civil, “musa” de Back o black. Un tipo que trabajaba en videoclips, pero que nunca se supo realmente qué hacía, y a quien todos acusan de haberla iniciado en las drogas. Un skinny-boy de trajecitos mod al estilo de Pete Doherty. Cuando se conocieron él tenía pareja, ella sufría y escribía “Love is a losing game”, una balada de arrepentimiento, de malas decisiones, sutil y emotiva. El disco salió, se fueron juntos y se casaron en 2007. Hasta que Blake se fue preso por pegarle al dueño de un pub y después ofrecerle plata para que se callara. Ella hizo lo que pudo con su ausencia apenas seis meses después del matrimonio. Lo visitó, gritó su amor en público, dijo que sin él moriría, se emborrachó, se hizo el peinado gigante, lo nombró en cada canción, “Blakey baby” siempre y en todos lados. Admitió que cuando él la sacaba de quicio, le pegaba; por eso antes del arresto, Blake aparecía ensangrentado, rasguñado. Ella también, aunque nunca lo acusó de golpearla.
En 2009 se divorciaron, pero siguieron en contacto o se siguieron viendo, a pesar que él ya tenía una nueva pareja de la que había tenido un hijo. Sin embargo, volvió a la cárcel por robo: salió a buscar plata para su adicción. Enterada del vínculo indestructible, la mujer amenazó públicamente a Amy para que dejara tranquilo a Blake: “Se mandan diez mensajes de texto por día”, se quejó la mujer, preocupada por el derrumbe de su novio que, en la cárcel, tenía guardia permanente por si se suicidaba: “Cuando me llamó desde la cárcel para decirme que ella había muerto no lo pude consolar. Blake es el padre de mi hijo, pero cuando lo vi con Amy me di cuenta de que estaban enamorados, que eran almas gemelas. Pero no funcionaba. No podían vivir juntos, pero tampoco separados. Para mí fue muy difícil aceptar que él la amaba, pero lo entendí. Creo que Amy nunca pudo superar que Blake tuviera un hijo con otra mujer. Creo que eso la golpeó mucho”.
En 2007, Amy –que no hablaba mucho– dio una entrevista a la revista Rolling Stone en la que contestó preguntas sobre Blake: Dijo que todas las canciones eran sobre él, que cuando creyó que nunca iban a volver a verse, sencillamente quiso morir. La periodista Jenny Eliscu contaría después que durante la entrevista la notaba distraída, le preguntó qué pasaba y Amy respondió: “Estoy pensando en Blake”.
Blake estaba en la mesa de al lado.
COMO AVES DE RAPIÑA
Los detalles sórdidos de los últimos años de Amy Winehouse son públicos. Esos tropiezos y caídas que la mayoría vive a puertas cerradas significaban para ella la tapa de los diarios: Amy en jeans, sin zapatos, sin maquillaje y llorando, esquelética, horriblemente triste; dicen que esa foto se la sacó un amigo para que “viera hasta dónde había caído” Amy con manchas de sangre en los zapatos blancos, el jean roto en la rodilla, la tela ensangrentada, un diente menos y los ojos en blanco. Amy desde la ventana de su casa, con una horrible expresión en la cara, como si alguien la hubiera encerrado allí para matarla de hambre. Amy con el vientre flácido por el alcohol y la falta de comida sobre unas piernas esqueléticas. Amy y el maquillaje corrido, los ojos negros, los dedos y las uñas quemados por la pipa de crack, manchas de acné más oscuras que sus ojeras, los granos y erupciones en la boca que dejan las pastillas de éxtasis, enojada, perseguida, acosada, pegándole a un fan, flaca, rubia, pero casi nunca con el panal deshecho.
En 2008 apareció en YouTube un video de ella hablando de los Valium que se había tomado para calmar los efectos de otras drogas y, después de darle una fumada a su pipa, entraba en un espiral de incoherencias y malhumor. El video de 19 minutos no era apócrifo; como sí resultaron ser las fotos y el video de su cuerpo muerto que circularon después, supuestamente captadas por un celular.
La prensa amarilla británica disfrutó con sus excesos, su debacle y con cada nueva especulación sobre su muerte. Diarios como The Sun o News Of The World son parte de una cultura del morbo, del espectáculo-tragedia que disfruta con el sufrimiento de los “famosos” de toda laya sin ninguna compasión. Tampoco la tuvieron con Amy, nunca pararon el acoso, las persecuciones a alguien que necesitaba ayuda; los fotógrafos nunca bajaron la cámara para llamar a una ambulancia. Ella se desmoronaba en tiempo real ante los inalterables paparazzi. Una nube de fotógrafos –el clicks como un ruido de fondo sostenido– y el murmullos y las preguntas que la acompañaron, incluso, hasta sus ingresos a rehabilitación.
Luego del segundo disco casi no hubo nada nuevo en cuatro años. Lo único que grabó fue un dueto con Tony Bennett, “Body and soul”. Sus conciertos se volvieron impredecibles. Nunca se sabía qué podía pasar. Si subiría al escenario, si terminaría o si al menos sería capaz de cantar una canción entera sin que los coristas tomaran la voz principal. En varios videos de esas últimas presentaciones se ve a Amy deambulando sin rumbo entre los músicos, con la mirada perdida, sin llegar al micrófono, balbuceando incoherencias y la ovación inicial del público se transformaba en silbidos y abucheos. Eso pasó en su último recital, el 18 de junio de 2011 en Belgrado. Al mes siguiente, al medio día del 23 de julio, su guardaespaldas la encontró muerta en su cama por una intoxicación etílica.
El día después más de la mitad de los obituarios decían que su muerte “no había sido sorpresiva”, y no faltaron los que dijeron que se lo merecía, que ella se lo buscó por drogadicta, y hasta su madre dijo que era “una cuestión de tiempo”. Un coro de aves de rapiña asegurando que no había otra salida (y ella lo debe haber escuchado muchas veces).
MUJERES DE FUEGO Y LÁGRIMAS
El 12 de agosto de 1970, en Boston, fue el último concierto de Janis Joplin. Esa noche logró cantar solamente dos canciones, estaba en otra dimensión, intoxicada. Al día siguiente, las notas de prensa fueron positivas, por compasión, discreción o respeto. Dos meses después Janis murió.
Amy Winehouse no fue la única artista-estrella acosada por la prensa y la policía –las que a veces se parecen–. En sus últimos días, Billie Holiday –con la que se la compara, a pesar de las obvias diferencias de época, peso histórico e iconografía– se paseaba desnuda detrás del escenario. En 1947, en la cima comercial de su carrera, fue arrestada por posesión de drogas en su departamento de Nueva York y comenzó el ensañamiento: su abogado se negó a acompañarla a la corte. Se declaró culpable y pidió la internación. Cuando salió la gente todavía la amaba y cantó en un Carnegie Hall repleto. En 1949 la arrestaron otra vez y perdió su Cabaret Card, lo que le impedía cantar en lugares que vendieran alcohol durante 12 años. La policía la perseguía, a veces en complicidad con sus dealers y hasta con sus amantes, y la ley la registraba como “delincuente” cada vez que entraba o salía del país.
Nunca estuvo con un hombre que no la usara, que no la maltratara y que no quisiera hacerse rico con su voz. Había sido prostituta y, a los 10 años, había sido violada en la institución para niñas negras donde su madre la había internado. Dicen que su hábito de fumar opio lo tomó de su esposo James Monroe y el de la heroína de su novio el trompetista Joe Guy. Pero Billie admitía que sus pasiones eran destructivas, penosas, en “My Man” cantaba:
“No es muy atractivo, no es un héroe de los libros/ Pero lo amo, sí lo amo/
El tiene tres o cuatro chicas que le gustan tanto como yo/ Pero lo amo/
No sé por qué/ El no me dice la verdad/ Y me pega/ ¿Qué puedo hacer?/
Pero lo amo/ El nunca sabrá que mi vida es desesperación…/
Para qué voy a decir ‘me voy’/ Si sé que algún día volveré/ De rodillas”.
Murió en 1959 en el Metropolitan Hospital de Nueva York a los 44 años: tenía cirrosis, problemas cardíacos y era adicta a la heroína. La guardia policial había sido retirada de su habitación, por orden judicial, apenas unas horas más temprano.
Amy Winehouse murió a los 27 y quedó anotada en la lista de las divas trágicas, de voces sobrenaturales, con ese dolor de origen cierto o incierto pero imposible de aliviar, como Dinah Washington, la “reina del Jukebox”, mujer negra de Chicago de quien dijo Quincy Jones: “Podía tomar una melodía entre sus manos como si fuera un huevo, quebrarla, freírla, dejarla que se quemara, reconstruirla, poner el huevo de vuelta en la caja y en el refrigerador y aún así se le entendía cada sílaba”. Se casó siete veces, decía que los había amado a todos, tomaba pastillas para dormir y para adelgazar, y cuando eso no era suficiente, derrochaba en autos y ropa, canta en “Evil Gal Blues”, el blues de la chica mala:
“Soy mala, no te metas conmigo
Te voy a vaciar los bolsillos y te voy a llenar de desdicha
Tengo hombres a la izquierda y a la derecha
Hombres de día y de noche
Tengo tantos hombres que no sé qué hacer
Pero soy una chica mala y necesito un chico malo
Es que ando triste desde que perdí al que tenía por culpa de Uncle Sam”.
Una canción tan mordaz como triste (como “You know I’m no good”). Dinah murió en su cama de sobredosis en 1963, tenía 39 años.
Ese mismo dolor incurable, ese amor desolado que también la hundió en las drogas y destrozó la salud de Edith Piaf: su pareja, el boxeador campeón del mundo en 1948, Marcel Cerdan, murió en un accidente de avión en Nueva York, en un vuelo para encontrarse con Edith. Para aliviar su culpa –ella le había pedido que la visitara, lo extrañaba desesperadamente–, su dolor y su artritis, Piaf se hizo adicta a la morfina y nunca se recuperó y lo lloró en “Hymme à l’amour” y “Mon dieu”, dos trágicas canciones de amor dedicadas a Marcel.
Con Janis Joplin, Amy comparte además de la muerte a los 27 años, esa rebeldía esculpida en la adolescencia, el amor por la música más vieja que ellas, las drogas y estar en otra dimensión mirándose por largo rato una mano, como almas gemelas de “Little Girl Blue”:
“Sé cómo te sientes, mi infeliz nena triste, sé que no hay nada más que hacer que contar los dedos/
sé que sientes que no hay motivo para seguir adelante,
que sientes que todo ha terminado/
Oh siéntate ahí, cuenta las gotas de lluvia/
Siente cómo caen a tu alrededor/ Querida, sabes que ya es tiempo/
Siento que es tiempo de que alguien te lo diga,
tienes que saberlo/ Que todo lo que tendrás,
todo en lo que te vas a apoyar, todo lo que vas a necesitar/
Va a sentirse como esas gotas de lluvia que caen a tu alrededor”.
PARTES DE AMY
Días después de su muerte, Mitch Winehouse, el padre de Amy, decidió regalar la ropa de su hija a los fans que armaron un altar frente a la casa de Candem en la que ella murió. En la nota de prensa Mitch se ve triste, muy distinto al buen ánimo y al optimismo que siempre mostró, incluso cuando anunció que su hija tenía enfisema –por el abuso de crack– y que Blake le había explicado que ambos se cortaban, se mutilaban, en la abstinencia, para calmar el dolor. Mitch Winehouse creía que si la entendía podría ayudarla. En la foto aparece con la ropa de su hija en las manos, poleras xs sin mangas, grises, amarillas, rojas gastadas, lentes de sol de plástico blanco. Es lo que ella hubiera querido, decía, mientras repartía las reliquias.
Por: Felipe Reyes (Onofre Borneo)
23-07-2020