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noviembre 15, 2022Ciudad Sonora 360 – Serie musical
noviembre 25, 2022El escritor Felipe Reyes nos lleva de paseo por los recovecos de la Villa Nelcote, la mansión francesa que cobijo a los Stones en un momento en que el exilio era su pasaje a la libertad.
Texto escrito por Felipe reyes
Keith Richards: “Mick es rock y yo soy roll”
Notas sobre el documental Stones in exile de los Rollins Stones.
“Mi función principal en aquel momento era hacer los porros» dice Jake Weber, y su recuerdo no tendría mayor trascendencia de no ser porque «en aquel momento» él tenía ocho años de edad. Y es uno de los muchos testimonios que contiene Stones in exile, un documental de 1971 sobre la escandalosa grabación de los Rollins Stones de su disco Exile on Main St. En el que el relamido eslogan “sexo, drogas y rock and roll” se hizo asunto cotidiano en el verano de ese mismo año en un pueblo del sur de Francia, donde la banda gestó el que muchos entusiastas denominan como el mejor álbum de rock de la historia. Adjetivación absoluta quizá porque en esa época los Stones eran considerados como la banda más importante. Pese a la resaca de los idealistas años sesentas y el incipiente ascenso de diversas variaciones roqueras como Led Zeppelin y Deep Purple, los sonidos progresivos de Pink Floyd y Yes o el glam de Marc Bolan y su T. Rex, los Stones se habían ganado este reconocimiento por, a diferencia de los Beatles, haber sobrevivido a la década que también trajo la muerte de uno de sus fundadores, Brian Jones, y la tragedia del festival de Altamont. Así iniciaron su segunda década de vida con Sticky Fingers (1971), un disco que consolidó su capacidad de absorber y reelaborar la influencia de la música norteamericana como el blues, el gospel y el country hacia su propio lenguaje.
Aquel niño de ocho años que era entonces Jake Weber, hoy en día es un actor hollywoodense de películas como Nacido el 4 de julio, ¿Conoces a Joe Black? o Amistad, era uno de los niños que correteaban entre cables, instrumentos y ceniceros repletos por las habitaciones de la Villa Nellcôte, la majestuosa mansión que Keith Richards había arrendado en Villefranche-sur-Mer. El actor es el hijo de Tommy Weber, un amigo íntimo de Richards descrito en el documental como un «piloto de carreras, dealer y aventurero». Y no sería el único traficante en visitar la casa entre abril y octubre, los meses que duró la grabación del álbum.
El resto de la banda se repartía por diferentes palacetes de la Costa Azul francesa, donde habían ido a parar tras salir huyendo de Inglaterra por sus deudas con el fisco. Su manager se había aprovechado de ellos y sus cuentas bancarias se acercaban a paso firme a los “números rojos”, lo que no les impidió vivir un exilio propio del jet set rockero, subidos en la montaña rusa del exceso y la extravagancia, rodeados de paparazzis y narcotraficantes y la urgente necesidad de publicar un nuevo disco. “En la casa siempre había gente. Entraba un tipo en la sala y ponía sobre la mesa dos grandes bolsas de heroína. Había drogas para el desayuno, para comer y para cenar», dice en el documental Anita Pallenberg, novia de Richards.
Casamiento Jagger
Cuando salieron de Inglaterra, en abril de 1971, Brown sugar, el primer single de su disco Sticky fingers, entraba directo al número 2 en las listas de éxitos y en EEUU se alzaba al primer puesto. El negocio funcionaba. A los pocos días de llegar a la Costa Azul, Mick Jagger anunció su casamiento con Bianca Pérez en Saint-Tropez, lo que se convirtió en un extraordinario acontecimiento mediático (la localidad se colapsó de curiosos y periodistas y la ceremonia estuvo a punto de suspenderse). En el documental, Bill Wyman, bajista de los Stones, deja claro cómo andaban las relaciones en el seno del grupo: “Todos sabíamos que Mick se iba a casar, pero él no nos había dicho nada. Finalmente, el día antes de la boda me llamó y me pidió que fuera como testigo». En medio de ese huracán en el que se había transformado la banda, la necesidad de sacar adelante un nuevo disco era la prioridad número uno.
Los Stones habían buscado un estudio de grabación en la Costa Azul, pero ninguno les convenció mucho. Finalmente decidieron instalar su estudio portátil en el sótano de la mansión de Richards, pequeño palacio que durante la guerra había sido ocupado por los nazis. El grupo grabó en las mismas habitaciones donde la Gestapo realizaba torturas; salas oscuras y húmedas transformadas en salas de grabación con matorrales de cables donde las guitarras se desafinaban a cada rato y casi no había ventilación (de ahí el título de la canción “Ventilator blues”). Por la descripción de Jake Weber, aquello parecía un pequeño infierno: “Bajar allí daba un poco de miedo. Había alcohol y mucho humo, y siempre se oía la música fuerte”. La misma Anita Pallenberg decía que tocaban a tan alto volumen que “las canciones se oían desde el pueblo”.
Caos y anarquía
Stones in exile profundiza en el trabajo del grupo en aquel sótano (con más fotos que película). Una grabación que fue un caos absoluto de resultados impredecibles: en igual medida podría ser un desastre o una obra maestra. Finalmente fue lo último. “Se grababa a cualquier hora del día, sin previo aviso. Si se empezaba a las once de la noche, nos podíamos tirar 12 horas. Por eso había que vivir allí”, explica el baterista Charlie Watts, que dormía debajo de la habitación de Richards.
La banda llegó a la Costa Azul con los bolsillos vacíos y poco a poco fueron escribiendo y registrando las 18 canciones de Exile on Main St., su primer álbum doble. Al frente de la grabación estaba Richards, que estableció su propio método de trabajo (o mejor dicho, la ausencia de uno), lo que proporcionó al disco un sonido crudo y excitante que llevaba el blues, el rock y el country a extremos salvajes.
Improvisaban durante horas tratando de enderezar un barco sonoro a la deriva hasta que se encendía la luz en la cabeza del guitarrista: “Tocaban mal una canción durante tres días seguidos, pero de repente, Keith se levantaba y miraba fijamente a Charlie, al otro lado Bill ponía su bajo en posición de 84 grados y entonces hacían una toma redonda”, dice en el documental uno de los técnicos de la grabación. Richards se impuso a un Jagger que se sintió incómodo con todo el proceso. “La grabación se convirtió en algo perjudicial para el grupo”, dice el mismo Jagger en el documental.
Richards, que salió de Villa Nellcôte conviviendo más de la cuenta con la heroína, lo ve de otra forma: “Mick necesita saber qué va a hacer mañana. Yo estoy contento con levantarme y mirar quién anda alrededor. Mick es rock, yo soy roll”.
Texto escrito por Felipe Reyes
22 noviembre 2022
Las opiniones expresadas en esta entrevista son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no necesariamente reflejan los puntos de vista del entrevistador o de Ciudad Sonora.